Ponencia de Emilio Martínez Navarro con motivo de la entrega del Premio a la Transparencia, Ética y Buen Gobierno a título póstumo a D. José Molina Molina el 4 de julio de 2024, otorgado por el Círculo de Economía de la Región de Murcia y entregado a su familia en el Real Casino de Murcia y publicada en el Diario La Opinión el pasado 13 de julio
Como profesor de Ética tengo la convicción de que la cuestión más relevante y urgente a la que nos invita este complejo saber al que llamamos «Ética» es la siguiente: «¿Qué estoy haciendo con mi vida?» Nuestra vida tiene dos planos complementarios: el personal y el institucional, de manera que la pregunta que pretendo que sirva como hilo conductor es la siguiente: «¿Qué estamos haciendo con nuestra vida personal e institucional?».
La idea es conectar esta pregunta con el merecido homenaje que le estamos brindando a nuestro querido amigo y compañero Pepe Molina. La vida y obra de Pepe Molina nos sirve de inspiración y de guía para revisar nuestra propia vida. Al menos en parte. Para empezar, quiero destacar su ejemplaridad, ejercida con alegría y buen humor, con ilusión por cambiar las cosas. Era un Quijote, pero no cayó en los errores de Don Alonso Quijano. Compartió con él su compromiso con el ideal de una sociedad más justa, con sensibilidad hacia las personas más desfavorecidas. Quería promocionar la Transparencia, el Gobierno Abierto y la defensa de los bienes públicos de calidad, porque pensaba sobre todo en las personas menos favorecidas, en las personas que, al tener pocos recursos privados, sólo pueden acceder a lo común, a lo público, a lo de todos. Recordemos que Don Quijote tenía su amor en Dulcinea, que simboliza su amor a la justicia. Y en esto sí fue Pepe Molina un Quijote incansable. Pero no cayó en dos errores que el mismo personaje de Cervantes acaba reconociendo al final de su vida: querer cambiar las cosas con una lanza (con la amenaza de la violencia) y en solitario. No. Pepe nunca amenazó a nadie con el uso de la violencia, ni buscó cambiar las cosas en solitario. De esto último somos testigos muchos de los aquí presentes, porque vino a pedirnos ayuda para formar con él un gran equipo de personas entusiastas, y muy a menudo lograba sus propósitos con la insistencia tranquila y amigable que siempre le caracterizó.
Revisar la propia vida desde el punto de vista ético
Estoy seguro de que Pepe Molina se planteaba muy en serio la pregunta central de la Ética, que como ya he dicho, es la pregunta «¿Qué estoy haciendo con mi vida?». Si una persona se plantea con calma esta pregunta, puede llegar fácilmente a la idea de que nuestra vida tiene dos vertientes principales, conectadas entre sí: la vida personal y la institucional. La vida personal tiene que ver con la gestión del propio tiempo, del propio cuerpo y la propia mente (cómo cuido de mí mismo y qué proyectos llevo entre manos, a corto, medio y largo plazo). La vida institucional tiene que ver con la gestión de mis vínculos con las instituciones a las que pertenezco: mi familia y amigos íntimos, mi profesión, mi empresa, mis asociaciones, mi municipio, mi región, mi país, Europa, la ONU. Con la pregunta «¿Qué estamos haciendo con la propia vida en el plano personal y en el plano institucional?» lo que pretendo es que nos paremos a pensar un momento sobre la cuestión ética que más nos afecta a cada uno, a ustedes y a mí, la cuestión de revisar la propia vida. Pepe Molina participó en su juventud en los círculos juveniles de la Acción Católica, en los que el método de análisis de la propia vida tiene tres pasos: VER, JUZGAR y ACTUAR. Es el método llamado «de la Revisión de Vida». Pepe lo comenta así en su breve escrito autobiográfico de noviembre de 2017[1]
Consistía en Ver (un problema), Juzgarlo (sus consecuencias) y Actuar (tomar un compromiso ante el mismo). “Ver, juzgar y actuar” me llevó por los mundos y los vericuetos de una vida llena de injusticias, de atropellos, de cosas que no deseaba nadie que se preguntase por ellas, de muchos secretos y de pocas respuestas convincentes ante la situación de la vida.
Creo estar en sintonía con Pepe (y antes que él con Sócrates, a quien se atribuye la frase «sola la vida que es reflexionada merece la pena ser vivida») si digo que pensar es saludable, la reflexión es necesaria. Filosofar es útil en un sentido no mercantil, sino más bien fecundo en un sentido existencial; reflexionar es inevitable, es apasionante, aunque no conduce a una vida más cómoda y fácil, pero sí a una vida con más sentido. Por cierto, ¿Qué les parece a ustedes esa moda que se ha extendido en los últimos tiempos de castigar a los niños enviándolos «al rincón de pensar»? ¿Pensar es un castigo? ¿Es una actividad solitaria que hay que imponer a quienes han hecho alguna travesura?. Lo esencial de la reflexión ética, tal como yo la percibo, tiene estos componentes:
- Hacer preguntas, hacerse preguntas, tener curiosidad, afán de saber, amor- aspiración a la sabiduría. Hubo una vez un premio Nobel a quien le hicieron una entrevista y comentó que cuando era niño y volvía de la escuela no le preguntaban si se había sabido la lección, si había contestado con acierto a las preguntas del maestro. No. Lo que los padres le decían era: «¿has hecho hoy alguna pregunta interesante?». Con el hábito de intentar hacer preguntas interesantes, aquel niño llegó a hacerse preguntas a las que no podía responderle nadie, y así se convirtió en un investigador de primera línea.
- Ordenar las ideas, amueblar la cabeza, hacer distinciones claras, aunque no rígidas. Por ejemplo, en el análisis de nuestros actos hemos de distinguir entre fines y medios, entre intenciones y resultados, entre el bien, el mal y el mal menor, entre lo bueno y lo justo, etc. Pensar con calma y disciplina no es fácil ni cómodo, pero es una brújula imprescindible para no andar perdidos en la vorágine.
- Elaborar buenos argumentos: si tenemos convicciones éticas, debemos saber por qué las tenemos, qué razones tenemos para pensar (y actuar) del modo en que lo hacemos. También hay que tener criterios para hacer buenos juicios. Hay que cultivar el discernimiento como elemento necesario para fortalecer la capacidad de juzgar, de hacer buenos juicios.
- En todo momento hay que mantener la conexión con la realidad: como decía el filósofo y jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado en El Salvador por los Escuadrones de la Muerte, hay que estar abiertos a la realidad para hacerse cargo de ella y para cargar con ella. La Reflexión Ética no es un mero saber por saber, sino un saber para la praxis, un saber para actuar, para construir el tipo de persona que quieres ser y el tipo de mundo en el que quieres vivir. Para mantener esa conexión con la realidad es necesario estar bien informados, tener un mínimo de formación en ciencias naturales y sociales. No es serio tomar decisiones prescindiendo de los conocimientos científicos y de los datos de cada caso. Y tampoco es serio no poner la reflexión y la vida personal al servicio de la sociedad en su conjunto, al servicio del bien común en un contexto interdisciplinar y plural, para enfrentar los retos del presente.
Unas pinceladas para la reflexión
Todo el mundo tiene su propia reflexión ética, más o menos elaborada, con una cosmovisión de trasfondo y algunas convicciones más o menos sólidas, pero revisables y revisadas. Para comprender bien el discurso que les quiero transmitir, será preciso que desvele algunas de mis convicciones básicas:
- Somos unos animales extraños: homo sapiens, pero también homo demens, «el animal enfermo» (según Nietzsche): somos muy vulnerables, muy interdependientes. Somos sociables, pero también insociables. Somos egoístas y altruistas, capaces de lo mejor y de lo peor, dotados de inteligencia y de estupidez, dotados de cierto margen de libertad que nos convierte en responsables de nuestros actos y omisiones. Decía Kant que el ser humano es el único animal que necesita ser educado. Los animales son amaestrados, pero el hombre necesita la educación para humanizarse. Decía Ortega que, mientras que el tigre no se puede destigrar, el ser humano sí se puede deshumanizar. Con esto quiero decir que la educación es lo que nos salva de la deshumanización, la educación (con ejemplos de vida como el de Pepe Molina) es la vía para no caer en el desastre personal y social de la inhumanidad y del caos.
- La humanidad dispone de cierto aprendizaje tecnocientífico y de cierto aprendizaje moral que hemos acumulado a lo largo de milenios. Desde que aprendimos a hacer fuego hasta el teléfono móvil, desde la convivencia en las tribus nómadas de cazadores-recolectores hasta la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 ha habido progreso tecnológico, pero también ha habido progreso ético. A este último ha contribuido Pepe Molina con su buen hacer y su compromiso insobornable.
- Nadie tiene mérito alguno por haber venido al mundo en una familia, una ciudad, un país, una época concreta, etc. La lotería natural y social que nos ha tocado a cada uno no debería ser una excusa para tener más derechos básicos que otras personas, ni para alegar que solo las circunstancias son responsables de los propios actos. En Ética y Política lo que centra mi atención es el concepto de IGUALDAD JUSTA. De facto no somos iguales, pero pretendemos que sí lo somos de iure. ¿Por qué esto es así? Porque reconocemos que, a pesar de las diferencias de todo tipo, somos igualmente dignos de respeto como personas. Esta es la clave de la Reflexión Ética Moderna, a la ya no estamos dispuestos a renunciar. Creo que aquí estuvo la clave de la ética de Pepe Molina: todos somos dignos de igual respeto y consideración, y por ello no es justo que los poderosos sigan cometiendo abusos al amparo de la opacidad y la impunidad.
- Considero que es posible avanzar hacia un nuevo tipo de ser humano:
- Hace décadas se hablaba del homo oeconomicus: «yo persigo la maximización de mis intereses particulares y no debo nada a la sociedad». La ciencia más reciente ha mostrado que esta imagen del ser humano es errónea. No somos egoístas racionales, aunque algunas personas sean irracionalmente egoístas y ególatras.
- Hoy se habla más bien, incluso desde las ciencias económicas, de que somos el homo reciprocans: «yo ayudo a otros con la expectativa de que otros me ayuden a mí». Las neurociencias nos indican que llevamos en el cerebro, por herencia genética, unas estructuras neuronales que nos impulsan a practicar la reciprocidad. Somos capaces de sacrificar intereses egoístas con la expectativa de que otras personas, en el medio y largo plazo, nos ayudarán para llevar adelante nuestros planes de vida.
- Pero creo que es posible y necesario que lleguemos a ser el homo ratio-cordialis: «yo reconozco a las personas como iguales y libres, como seres valiosos en sí mismos, a quienes debo en gran medida lo que he llegado a ser, y libremente me comprometo a respetarlas y a cuidar de ellas, más allá del sentimiento de reciprocidad». La expresión homo ratio-cordialis la tomo de la propuesta filosófica de mi maestra, Adela Cortina, que ha elaborado todo un sistema de Ética de la Razón Cordial para mostrar que ya somos en parte, pero sobre todo debemos ser, personas razonables y cordiales, es decir, cuidadosas, atentas al cultivo de los sentimientos más nobles, como la compasión, la esperanza, la solidaridad, el respeto, el amor.
- En el desarrollo de las personas individuales hay un doble proceso de aprendizaje que abarca lo necesario para sobrevivir y lo necesario para convivir. Esto está conectado con el título de la charla, porque la vida personal tiene que ver con sobrevivir y con vivir dignamente, mientras que la vida institucional tiene que ver con convivir, con cooperar unos con otros de manera que todos podamos salir adelante y sentirnos arropados por una sociedad incluyente y acogedora.
- Para sobrevivir hemos de gestionar la propia vida personal lo mejor que podamos. Desde la Filosofía y la Reflexión Ética se pueden dar algunas directrices básicas para ello. Por ejemplo, directrices para el autocuidado en salud, en hábitos positivos como sonreír, respirar de modo consciente, caminar, soñar, dialogar con los demás y con uno mismo, y sobre todo dar un sentido a lo que hacemos a diario, alinear los propios valores con nuestros comportamientos, buscando la coherencia entre las propias creencias y las propias prácticas. La meta inteligente no es acumular riquezas, ni poder, ni prestigio, sino tener un proyecto de vida valioso por sí mismo, un proyecto de vida que tenemos razones para valorar, como dice el economista y filósofo Amartya Sen (premio Nobel de Economía en 1998). Ahora bien, no todos los proyectos de vida son igualmente valiosos. Por ejemplo, hablando de la vida profesional, decía Pepe Molina que «lo importante en la vida no es `forrarse´, sino mantener las ideas claras y comprometerse con la sociedad». Yo creo, siguiendo en esto a Aristóteles, que hemos de pensar muy bien en la meta que buscamos, en la finalidad que queremos alcanzar, en el puerto al que queremos arribar. No da lo mismo una cosa que otra. Dime cuál es tu meta y te diré qué tipo de persona eres. En todo momento hay que tomar las decisiones pensando en qué tipo de persona quieres ser y en qué tipo de mundo quieres vivir. Tu proyecto de vida y tu proyecto de mundo tienen que ser razonados y razonables.
- Para vivir bien nos han apoyado desde diversas instituciones. Estamos en deuda con la familia que nos ha criado, con los maestros que nos han formado, con el municipio y la patria que nos han acogido, con las empresas que han producido bienes y servicios «esenciales», y la lista es interminable. Son muchas las instituciones (educativas, sanitarias, profesionales, deportivas, cívicas, políticas, sindicales, etc.) que se han ido creando para dar soporte a la vida de las personas. Empezando por la institución familiar, siguiendo por las instituciones profesionales y culminando en esa compleja y casi todopoderosa red de instituciones a la que llamamos Estado. También las instituciones deben tener clara su finalidad, la meta para la que han sido creadas. La profesión está para servir a los usuarios, la universidad está para formar profesionales y para ampliar los conocimientos, la empresa está para ofrecer bienes y servicios de buena calidad a un precio razonable, las organizaciones solidarias (mal llamadas OeNeGés, puesto que deberían ser nombradas por lo que son, y no por lo que no son) están para ayudar a las personas necesitadas y para denunciar las causas de las injusticias que han provocado que haya personas necesitadas, y así sucesivamente. Si no tomamos en serio esas metas que dan sentido y legitimidad a las profesiones y a las demás instituciones, sobreviene la corrupción. Y para tapar la corrupción se impone la opacidad, la falta de transparencia. De ahí el empeño de Pepe Molina por devolver a las instituciones su sentido originario. Cuando llevaba apenas dos años al frente del desaparecido Consejo de la Transparencia de la Región de Murcia, decía: «Llevo dos años en esta batalla, impulsando la transparencia en la sociedad opaca que tenemos, intentando que la corrupción como organismo nocivo sea extirpada y que la impunidad se termine. Que tenga capacidad la ciudadanía y que la emoción por cambiar no se pierda, porque nos queda mucho por hacer».
- La convivencia tiene tres tipos de instituciones que hemos de cuidar para que no se corrompan: Estado, Mercado y Sociedad Civil. Esta última, la sociedad civil, es un ámbito cada vez más importante para ir mejorando el mundo. Es el ámbito, por ejemplo, en el que se enmarca este Círculo de Economía de la Región de Murcia. Es el ámbito de los movimientos sociales, como el movimiento de solidaridad con los países empobrecidos. Desde los tres ámbitos (el Estado, el Mercado y la Sociedad Civil) se puede contribuir a la construcción de un mundo mejor, pero nosotros estamos, aquí y ahora, en el Círculo de Economía de la Región de Murcia, comprometidos con el movimiento de la defensa de la cultura empresarial y de la buena Economía para una buena sociedad. También desde aquí se puede aportar algo positivo para el bien común.
¿Qué reflexión ética necesitamos para hacer frente a los retos del presente?
Necesitamos una ética cosmopolita que defienda los Derechos Humanos, con respeto a los animales y cuidado del medio ambiente. Hay que gestionar el pluralismo, tanto en el interior de cada país como en el contexto del planeta en su conjunto. De esto hablaremos en otra ocasión con más calma, porque el pluralismo es un tesoro, pero es complejo y conflictivo, y necesita una reflexión detallada.
Necesitamos una ética cuyos imperativos básicos sean: 1) No dañar. 2) Sí cuidar, sí empoderar, sí reducir la vulnerabilidad (de las personas, de los animales y del medio ambiente).
Necesitamos una política de concertación, de buscar el entendimiento, de saber escuchar a todos los afectados por las normas, de buscar consensos, de llegar a grandes acuerdos y garantizar que son respetados.
Necesitamos una política no cortoplacista, sino de mirada a largo plazo, con pasión, responsabilidad y mesura (Max Weber). Este año es el tercer centenario del nacimiento de Kant: deberíamos recordar su insistencia en la aspiración de la razón a una paz perpetua, a una paz basada en la justicia y la división de poderes, y no en la amenaza de la guerra.
Para lograr una vida personal que sea realmente satisfactoria necesitamos estimular la reflexión, el pensamiento, el diálogo serio y respetuoso, la pasión por el pensar individual y comunitario. Necesitamos espacios de encuentro y debate como el del Círculo de Economía.
Para lograr una vida institucional satisfactoria hemos de cuidar las instituciones como cuidamos la propia casa, como cuidamos el propio hogar. Las instituciones necesitan de nuestro compromiso personal. Si no cuidamos de ellas, se irán deteriorando y nos hundiremos con ellas, acabaremos deshumanizados. Para cuidar de ellas, hemos de exigir que sean justas, que sean eficaces y eficientes, que realmente estén al servicio del bien común, y no al servicio de intereses opacos destinados a acumular dinero y poder.
Para terminar esta aportación filosófica al diálogo que se lleva a cabo en el Círculo de Economía de la Región de Murcia, permítanme recordar de nuevo a Pepe Molina con otra cita de su escrito autobiográfico: «La vida es un proyecto y hay que vivirla con emoción, con generosidad, con solidaridad y con una defensa de los valores, defendiendo siempre lo común por encima de los intereses personales. Porque lo común, lo que conocemos como lo público, es lo único que tenemos los que tenemos poco».
Emilio Martínez Navarro. Catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Murcia